Cuatro de la madrugada. Las luces del obrador de Pastas Beatriz se encienden. Y como antes de que se cerraran los comercios y bares de Pamplona, de su horno salen las famosas remesas de garroticos y pastas que tantos y tantos días provocan una cola de clientes en la calle Estafeta; y también, desde hace casi un año, en el nuevo y segundo establecimiento de las hermanas Lourdes y Asun Gómez Tellechea en la calle Curia.
“De cara a Semana Santa estábamos haciendo acopio de hojaldre. No mucho, porque no aguanta en un simple frigorífico ya que nosotras no congelamos nada”, cuenta Lourdes. Pero llegó el Estado de Alarma por el coronavirus. “Con el cierre nos vimos con esta remesa de más que me daba muchísima rabia desperdiciar. Había detrás un duro trabajo, de días viniendo a las 3 o 4 de la madrugada para preparar el género”.
Así que Lourdes, como antes del cierre obligado por la pandemia, a las cuatro de la madrugada está ya en el obrador. Y empieza su trabajo de hornear. De puertas para adentro, esta vez nadie espera en la tienda. O mejor dicho, nadie con dinero para comprar. Porque quién espera es la DYA o voluntarios del comedor social de París 365. Ellos recogerán las remesas que Lourdes, y también a veces con la ayuda de Asun, deja en el pequeño vestíbulo entre la puerta que da a la calle y la de acceso directo a la tienda. “Así no entramos en contacto con nadie”. Y sus garroticos y pastas comienzan el viaje hacia las residencias de la tercera edad o comedores sociales para los internos y usuarios.
“También quise mandar a los hospitales o a Policía Municipal por la gran labor que están desarrollando estos días. Pero los agentes locales me dijeron que no era buena idea. Una caja abierta, con un montón de manos por ahí volando, era un potente foco de infección. Así que lo mejor era regalarlo a centros en los que se les da el producto en mano”, dice con pena Lourdes. Junto con su hermana adquirió el traspaso de este establecimiento que fundó en la década de los sesenta Pablo Sarandi y su mujer, la que dio nombre a lo que primero fue un ultramarinos. Pero el éxito del rincón de repostería hizo que al final se especializaran en los dulces.
La pareja no tuvo hijos pero no quería vender al mejor postor, sino garantizar que alguien supiera mantener el legado de un negocio familiar en su gestión y artesanal en la elaboración. Y estas dos hermanas, criadas en un caserío en Ezcurra, sabían cómo preparar postres con lo que producía la tierra y el ganado. Un familiar, Fernando Andueza, hizo de intermediario. “Y así fue como nos lanzamos a esta aventura. Pablo estuvo ocho meses en el obrador enseñándome, mientras que Beatriz presentaba a mi hermana a los clientes. Para mí él fue como un segundo padre. Vivía en la Estafeta y, se le llamaba, al momento lo tenía al lado”.
Y estos días, en la soledad del obrador con una tienda en silencio, vienen a buscarle estos recuerdos. Pero también se asoma por la puerta el silencio de una pandemia que le hace extremar la seguridad. “Vengo de mi casa con la ropa de trabajo en una bolsa. Y por supuesto estoy con guantes y mascarilla. Si viene Asun, como esto es grande, estamos a metro y medio de distancia”. Aunque el obrador es casi zona libre de virus porque nadie entra en él salvo Lourdes, cuando termina lo limpia y desinfecta con lejía. “Y cojo todo lo que llevaba puesto y me lo llevo también a casa para lavarlo a conciencia”. Y así cada día, que empieza a las cuatro de la mañana.